viernes, 23 de diciembre de 2016

"KRAMPUS" (2015). El Hombre Salvaje y la Navidad



Krampus. Maldita Navidad es una película de Michael Dougherty estrenada en España en diciembre de 2015. Se basa en una leyenda del folklore alpino según la cual un ser demoníaco, Krampus, se aparece la noche del 5 de diciembre, la fiesta de San Nicolás, para castigar a los niños que han sido malos. Este ser bestial, a medio camino entre el hombre y el animal, tiene grandes cuernos, el cuerpo cubierto por un pelaje oscuro y espeso y anda sobre dos patas de forma similar a un fauno. Como el hombre del saco, Krampus secuestra a los pequeños que han tenido un mal comportamiento. 


Max, el niño protagonista de la película, que reniega de la Navidad y del poder conciliador de Santa Claus tras una calamitosa cena con los miembros de su disfuncional familia, se convierte en víctima de la furia castigadora del hombre salvaje de los Alpes. Solo la abuela de Max, de origen alemán, que sufrió un episodio similar en su infancia, cree de corazón que el verdadero espíritu navideño reside en valores como la generosidad y el sacrificio. Después de la tormentosa cena familiar, se desata una tempestad atmosférica en la que Krampus se hace presente. La familia no tendrá más solución que actuar unida para sobrevivir a ese horrendo desafío. En el reparto destaca Tony Collette como la madre de Max, a la que acompañan Alison Tolman, Adam Scott, David Koechner y Conchata Ferrell.


El director del film, M. Dougherty, ya abordó otra tradición popular, la de Halloween, en su primera película Truco o trato (2007), y ahora ha volcado su atención en el folklore austriaco en esta comedia navideña con toques de terror, que también evoca el castigo de los fantasmas del Cuento de Navidad de Dickens y que a ratos se parece a Poltergeist
Pero me gustaría destacar la auténtica leyenda que se encuentra detrás de esta historia. El tránsito entre un año y otro se consideraba un momento propicio para llevar a cabo las ceremonias que marcaban el paso de la niñez a la adolescencia, y en ellas parece que intervenía, como figura principal, la del hombre salvaje. Este personaje adoptaba formas diversas en cada lugar, aunque su función simbólica era similar en todos ellos, representando un estadio intermedio entre lo humano y lo animal. El bosque, su lugar de procedencia, se veía como la frontera con un mundo mágico y también un territorio peligroso en el que se desataban el miedo y los peligros. Para la naciente cultura urbana en la Baja Edad Media, el hombre salvaje resultó igualmente una metáfora útil para abordar las contradicciones entre el hombre y las bestias. Esa reflexión era especialmente necesaria en un sistema de pensamiento rígido y jerárquico como el cristiano, que negaba la continuidad evolutiva entre humanos y animales. El salvaje, y su presencia en los mitos y ritos, se convirtió así en el instrumento adecuado para pensar los nexos entre la naturaleza y la cultura.


La figura del hombre salvaje aún está muy presente en el folklore centroeuropeo, y también en algunos lugares de España. Como herencia de la importante función que el hombre salvaje sin duda cumplió en los ritos de paso de la infancia a la madurez, puede comprobarse que los niños y jóvenes todavía conservan un papel verdaderamente estelar en los actuales desfiles de los hombres salvajes, que tienen lugar a lo largo del periodo invernal, principalmente entre Navidad y el carnaval. Y está muy justificada la pregunta acerca de por qué sucedía así precisamente en ese tiempo del año. En cuanto al momento de partida, los antiguos consideraban trascendentales los doce días que van desde el 24 de diciembre al 5 de enero. Para la Iglesia cristiana, era el período que media entre la Natividad y la Epifanía y corresponde a la diferencia de duración entre el viejo calendario juliano y el gregoriano. Pero en la mentalidad popular se pensaba que, durante este tiempo,  retornaban las criaturas de ultratumba, por lo cual debían canalizar esas energías en su beneficio y protegerse de sus nefastas influencias. También el carnaval, con su alteración del orden cotidiano, la subversión de las normas, era un momento adecuado para hacer visible a una figura tan transgresora de la racionalidad como el hombre salvaje. Mediante un lento y complejo proceso de sincretismo, las festividades religiosas entre el Adviento y la Pascua cristiana fueron asimilando los rituales paganos ancestrales preexistentes, que tenían una antigüedad incalculable. Entre ellos se encontraban los rituales y creencias asociados a los hombres salvajes. 

Krampus, fotografías de Charles Freger
Con frecuencia el hombre salvaje se encarnaba en la Cabra, que en el pensamiento cristiano se asocia con la figura del demonio. Esta modalidad del hombre salvaje predomina en la mitad oriental  de Europa. La encontramos en Rumanía, en Austria asociada a San Nicolás, y en Polonia a los cánticos de Navidad. En los países nórdicos la Cabra es sustituida por el Macho cabrío. Este animal anuncia suerte, salud, fecundidad y prosperidad económica, y también es emblema de la vitalidad de la naturaleza. Como al animal le vuelven a crecer la lana y los cuernos, representa metafóricamente  la muerte y la resurrección. El Ciervo es otro ser mitológico estrechamente asociado a la cabra que desfila en las mascaradas de Navidad en Inglaterra, Rumanía y Bulgaria. Los celtas adoraban a Cernunnos, una divinidad cornuda. Podemos verlo en los petroglifos actuando como un ser psicopompo, es decir, un ente que ayudaba al espíritu del difunto a llegar a la otra vida. Aunque siempre han sido considerados como símbolos de renovación, la Iglesia medieval siempre vio en ciervos y cabras, en tanto animales cornudos, la encarnación de fuerzas demoníacas.


Krampus, es una figura presente en  Bad Mittendorf, en la región austriaca de Estiria. Presenta afinidades con los diablos y animales de la tradición de Adviento. Acompañaba a San Nicolás en sus viajes y su trabajo era asustar a los niños que no se habían portado bien, al igual que molestar a los espectadores con un ruido ensordecedor de campanas. En nuestros días, llegan a reunirse miles de Krampus en Salzburgo.
Hay otras muchas figuras del hombre salvaje centroeuropeo de formas parecidas o que cumplen papeles similares. También en Austria, en la noche de Epifanía salen los Perchten, criaturas que espantan a los más pequeños y que intentan alejar el silencio de la noche invernal a golpe de cencerro.
Krampus, fotografía de C. Freger
 Habergeiss (Cabra), característica de Tauplitz, también en Estiria, es uno de los personajes que acompañan a la Muerte y a Lucifer con sus diablos. Fastidia a los asistentes pellizcándoles o quitándoles el sombrero. Simboliza la fuerza y la fertilidad.
En la República Checa los Certi (Diablos) salen en la tarde del 5 de diciembre. San Nicolás visita a los habitantes de Třebíč y Nedašov acompañado del Ángel y de los Diablos, cargados de esquilas y cadenas. Estos amenazan a los niños con llevarlos prisioneros al infierno dentro de su saco.
Pelzmärtle, en Baden-Württemberg, es un Hombre de Paja que aparece el día de Nochebuena acompañando al Niño Jesús. Riñe a los pequeños desobedientes y les pega con su vara.
En Rumanía, el Cerbul (Ciervo) desfila en Nochevieja en algunas ciudades como Corlata, rodeado de danzantes con vestidos tradicionales que soplan el cuerno de caza. La máscara está hecha de madera y se fija a un bastón que actúa como columna vertebral, y sobre el cual el Ciervo viste un tejido ricamente decorado. Después de un baile veloz, que atestigua su vivacidad, el Ciervo cae muerto pero resucita gracias a los cantos y bailes de sus acólitos.


¿Qué aparece de todo esto en la película? La abuela alemana cuenta, a través de una bonita animación, que en su niñez sufrió la aparición de un espíritu antiguo y siniestro, Krampus, que es como la sombra malvada de Santa Claus porque no viene a compensar sino a castigar, su papel no es dar sino quitar. Por ello este ser infernal se llevó a su familia al inframundo y así la abuela se quedó sola, como advertencia de lo que sucede cuando muere el espíritu de la navidad. No falta tampoco por ello en la película una crítica a la Navidad practicada como un desmadre consumista y gastronómico, que es a lo que estamos acostumbrados. Pero no hay un mínimo de rigor antropológico en el planteamiento fílmico, que se decanta por lo fantástico y el terror apocalíptico al que Hollywood recurre con obsesiva frecuencia. Pero, a pesar de ello, bienvenidas sean las películas que hagan más populares estas figuras folklóricas. Seguro que, con ese pretexto, alguien se anima a querer saber más sobre Krampus y los demás hombres salvajes. Si es vuestro caso, aquí tenéis algunos enlaces interesantes con interesantes ilustraciones.

La alargada sombra del hombre salvaje

martes, 20 de diciembre de 2016

MADAGASCAR. Antropología y los cuadernos animados de viajes



Madagascar es un estupendo cortometraje de animación realizado por el francés Bastién Dubois, que fue nominado al Oscar en 2011 por este trabajo. El cuaderno de viaje del realizador cobra vida y atrapa al espectador mientras rememora vívidamente sus experiencias en la “isla roja”, como se conoce a Madagascar por el color predominante de sus tierras. En la película encontramos maravillosos paisajes, una naturaleza única y, sobre todo, un universo humano sorprendente. Se trata de  un producto cinematográfico a medio camino entre la creación artística y el documental. Cautiva por la belleza y originalidad de sus imágenes y por su frescura narrativa  pero, sobre todo, me ha entusiasmado su forma de presentar una costumbre funeraria singular, “el retorno de los muertos” y, con ella, las posibilidades que este nuevo género, la animación documental, ofrece para la antropología. Para empezar a degustarlo, aquí podéis ver un tráiler del film (1.51min.).

1. El misterio de las culturas malgaches
Madagascar es una isla de ensueño, cuyo solo nombre evoca aventuras coloniales y deja en el aire un aroma a especias. 416 kilómetros  la separan del África Oriental. Hace 165 millones de años formaba parte del supercontinente Gondwana. Entonces, esta gran isla, la cuarta mayor del mundo, se desgajó a su vez de lo que ahora son África y la India. Ese origen peculiar explica su condición de laboratorio para la evolución de especies raras. Pero su ubicación en el Océano Índico, como un inmenso portaaviones 
entre África y Asia, la han convertido igualmente en un crisol  de etnias y culturas. Pueblos como los Merina, protagonistas principales del corto, son de origen malayo-polinesio. Llegaron a Madagascar en el s. I de nuestra era, procedentes de Indonesia. Históricamente han sido la etnia más poderosa y hoy ocupan las Tierras Altas centrales. Son el grupo poblacional mayor (3 millones) junto con los Betsileo (2 millones). Estas dos tribus presentan rasgos asiáticos. El malgache, basado en el dialecto de los Merina, es lengua cooficial en el país junto con el francés, pues la isla fue colonia de nuestros vecinos del norte entre 1.896 y 1.960.

 Las etnias africanas habitan la larga franja costera. El mestizaje ha sido muy intenso: los cotiêr son el fruto de africanos, malayo-indonesios, árabes y otros varios grupos humanos que han unido sus destinos a lo largo de las centurias.
La capital del país es Antananarivo, cuyo nombre significa “la ciudad de los mil soldados”, que eran los que custodiaban a la reina de los Merina. El protagonista del corto se dirige desde “Tana” a Antsirabe, la tercera ciudad de la isla, cuando le invitan a asistir a una ceremonia muy especial, el famadihana.
2. Famadihana, el “retorno de los muertos”
Cada cinco o siete años tiene lugar esta fiesta que, en contra de lo que nos podría sugerir su nombre, no tiene nada de macabro ni presenta una conexión reconocible con otras que nos resultan más familiares, como Halloween o el Día de los Muertos mexicano.
En el sistema de creencias de los Merina existe una sola deidad suprema, a la que denominan Zanahary (divinidad de lo Alto) o Andriamanitra, Rey del Cielo, asimilado al Dios cristiano. Esa divinidad, sin embargo, es distante: no se ocupa de los problemas cotidianos de los seres humanos. Sí lo hacen, en cambio, los espíritus de los ancestros (Razana), capaces de actuar como intermediarios con las potencias del mundo invisible.
Cuando muere una persona, se la entierra provisionalmente en el lugar de su fallecimiento. Los Merina piensan que, hasta que no se descompone por completo la carne, los muertos vagan errantes y tienen poder para causar daño a sus familiares. Por el contrario, una vez que sus restos han quedado reducidos a los huesos, se transforman en sus benefactores y es el momento de honrarlos adecuadamente  para asegurarse su protección. No debemos pasar por alto la contraposición estructural entre ese  par de conceptos: lo húmedo (la carne putrefacta) y lo seco (los huesos), tan habitual en la organización de la vida social de los pueblos nativos, al igual que  otras series de parejas opuestas, como supo ver con tanta agudeza Lévi-Strauss.
Entre junio y septiembre, el período de sequía, tiene lugar la festividad de “la vuelta de los huesos”,  que logra reunir a los miembros del extenso clan familiar, con frecuencia dispersos por la isla, para honrar a sus antepasados.
El detonante para la celebración suele ser un signo que consideran sobrenatural, como soñar que el difunto se queja de que tiene frío en su tumba. Ha llegado el momento de organizar el famadihana. Mediante un fomba, ritual de ofrenda de ron, se pide opinión a los ancestros, tras lo cual los astrólogos fijan el momento exacto en que deberá comenzar y concluir el festival. Al mismo está convocada toda la parentela, los habitantes de la aldea y otros muchos invitados, como le sucede al protagonista del corto. A lo largo de dos o tres intensas jornadas, incluso una semana si la familia es muy rica, una auténtica multitud se reunirá para comer y hacer libaciones en honor a los difuntos de la familia organizadora, cantando y bailando incansablemente al son de animadas músicas, que son interpretadas por orquestas contratadas al efecto.

Podéis acceder a la película en este enlace:

3. Rituales de vida y muerte
Como se relata en la película, antes de comenzar la ceremonia dan siete vueltas alrededor de la casa y, después, el grupo de familiares y amigos se dirige a la tumba. Son los miembros de la familia quienes realizan la apertura de la cripta. Enrollan los restos de sus ascendientes en esteras nuevas. Las viejas envolturas, a las que atribuyen un poder fecundante, son repartidas entre las mujeres. Los miembros del  cortejo, presidido por un familiar que porta una bandera, levantan las esteras que portan sobre angarillas y las pasean por las calles en una danza muy rápida.

Cuando por fin cesa,  colocan los restos en el suelo. Entonces, con gestos de cariño, los familiares envuelven los huesos en sudarios nuevos de seda blanca. Entre los pliegues de la mortaja colocan una botella de ron, una fotografía, algún billete… como regalos para los muertos. Los ancianos pronuncian discursos en su recuerdo, mientras otros formulan alguna oración o petición secreta, que esperan que les sea concedida por la intercesión del espíritu del fallecido. Tras ello, cada grupo coge un cuerpo, los lanzan al aire e inician una carrera desenfrenada, en la que los bailarines dan varias vueltas.

 Para el banquete se sacrifican animales. Los participantes comparten comida y bebida, reforzando con ello la unidad social, y los mayores aprovechan para explicar a los más jóvenes  la importancia de sus antepasados, que siguen habitando entre ellos. Descansarán en sus tumbas hasta el siguiente famadihana.


Los estudiosos de esta costumbre han puesto de relieve hasta qué punto es distinta la vivencia occidental de la muerte respecto de la que poseen  estos pueblos. Para nosotros constituye un drama porque extingue para siempre nuestra individualidad, nuestro yo, que consideramos primordial. Por el contrario, ellos se integran en una cultura eminentemente grupal. Sus miembros subsisten gracias a los fuertes lazos sociales con la comunidad, que la muerte no extingue. Suelen decir que un hombre muere dos veces: la primera, cuando deja de respirar; la segunda, cuando ya nadie piensa en él. Los ascendientes siguen viviendo realmente en la memoria colectiva. Dado que no tienen una visión trágica de la muerte, todo lo que la rodea lo afrontan con gran naturalidad. Compran sus mortajas cuando contraen matrimonio y las guardan con ilusión. Aunque trasladan de lugar sus aldeas, los mausoleos son permanentes y retornan siempre a ellos.
Como indica José Luis Cortés López en Pueblos y culturas de África, la tumba marca el sentido de su existencia y pertenencia  a una determinada familia. Sin embargo, ese mundo de tradiciones, que no tiene parangón en ninguna otra cultura del continente africano, está en franca desaparición. Organizar un famadihana es muy costoso. Por otro lado, hay también un cierto desencanto social. Los ancianos todavía conservan sus creencias animistas,  si bien sincretizadas con el cristianismo, y piensan que es bueno estar agradecidos a los ancestros para que les concedan salud y riqueza. Por su parte, aunque los jóvenes no crean en los espíritus, sí son muy conscientes de que este ritual funerario garantiza la subsistencia de su familia a través de las generaciones, evitando su desintegración.

4. ¿Qué puede aportar la animación documental a la antropología?
Como habréis podido apreciar en el vídeo, Bastién Dubois combina diferentes técnicas, desde las más tradicionales a las más vanguardistas (acuarela, tinta, stop-motion, animación 3D…), para ofrecer una visión poliédrica de su experiencia en Madagascar. Vemos, oímos y sentimos siguiendo los pasos del autor. Captamos la luz, el alboroto del mercado, los embotellamientos del tráfico, la variada orografía, los omnipresentes lémures y baobabs, el espejo de los arrozales, los diversos tipos humanos, los estilos de vida del campo y la ciudad no tan contrastados como entre nosotros, y todo ello en muy pocos minutos.
Las posibilidades expresivas de la animación la hacen un vehículo idóneo para penetrar en las mentalidades de los “otros”. La cinta muestra vivamente el choque cultural que sufre el espectador occidental al verse inmerso en ese mundo lejano de costumbres extrañas. Me interesa  especialmente la capacidad de este tipo de documental para reflejar los estados de conciencia, que no son observables de manera directa. En el corto vemos cómo el visitante cae en un estado éxtasis inducido por la percusión hipnótica, los giros de los danzantes, la bebida y la euforia contagiosa de los celebrantes. Ello constituye una ventaja enorme sobre el documental tradicional, que no puede introducirse en el interior de la mente para mostrar la subjetividad, las sensaciones, el universo simbólico de una cultura. La fotografía no siempre es capaz de capturar la poesía o la magia que experimentan los participantes en un ritual. Además, la animación documental puede ser una excelente alternativa o complemento para la fotografía o la filmación. Así, cuando se trate de actos o ceremonias cuyo registro no se autoriza, o se ha perdido o malogrado el material, o bien cuando se trata de costumbres de tiempos pasados ya desaparecidas cuya descripción está suficientemente documentada. En esas condiciones, la recreación animada permitiría el “milagro” de traerlas nuevamente a la vida, visualizando sus fases o acciones para una comprensión más completa. La idea rectora siempre será penetrar con más precisión en la cosmovisión de otros colectivos y, para ello, la imagen puede ser un aliado muy valioso.

Con gran acierto se ha afirmado muy recientemente, en la Cátedra Marta Traba de Colombia, que: “Esto no es solamente un asunto de cineastas, sino de científicos, ambientalistas, sociólogos, antropólogos, historiadores”. La realidad puede contarse creativamente a través de la animación documental. Este género novedoso se perfila como una  de las mejores opciones audiovisuales para una investigación multidisciplinar. Desde aquí aplaudimos la iniciativa y esperamos que ofrezca interesantes resultados.

Esta entrada se publicó originalmente en el blog de Antropología cultural Tinieblas en el corazón, antes de que la realizadora María Lorenzo diese a conocer  su maravilloso corto La noche del océano, que desarrolla la idea del álbum de imágenes del protagonista como reflejo subjetivo de la realidad.

sábado, 3 de diciembre de 2016

VAIANA (MOANA) Y EL CINE DE LOS MARES DEL SUR

Vamos a aprovechar el estreno de Vaiana (Moana), la nueva película de Disney, para adentrarnos en un maravilloso subgénero cinematográfico, el cine de los Mares del Sur. Mientras conocemos un poco a los personajes y acontecimientos de este esperado film, estudiaremos sus paralelismos con la película de docuficción Moana (1929) de Robert Flaherty, que dio origen a tal modalidad fílmica, y transitaremos entre escenarios exóticos y mitologías arcanas para descubrir qué es lo que tanto nos fascina de ese mundo lejano lleno de amor y aventuras en el seno de una naturaleza paradisíaca.

Quizá resulte un tanto confundente el nombre dual de la última producción de Disney, que en Estados Unidos e Hispanoamérica recibe el nombre de su protagonista Moana, mientras que en España y otros países europeos (Bélgica, Holanda, Francia, Alemania) se denomina Vaiana. La razón es que aquí Moana es una marca registrada de cosméticos, por lo que no se ha podido utilizar y han tenido que echar mano a un equivalente fonético. Sin embargo, con el cambio de denominación se pierden de vista dos aspectos muy importantes en la obra. En primer lugar, la conexión que presenta esta película con otra del mismo título, Moana, obra del más célebre documentalista de la historia, Robert Flaherty, con la que se inició el cine de los Mares del Sur. El género alcanzó su máxima popularidad al término de la Segunda Guerra Mundial, después del regreso de los soldados americanos desde las bases del Pacífico sur. Aunque están censados más de 600 títulos, quizá algunos de los más famosos sean las adaptaciones de El motín de la Bounty (1935, 1962, 1987), Huracán sobre la isla (1937, 1979), Ave del paraíso (1932,1951), El hijo de la furia (1942), La taberna del irlandés (1963), Blue Hawai (1961) con Elvis Presley, El lago azul (1980) o Rapa Nui (1994). Es fácil imaginar que, gracias a su potencial evocador para la imaginación occidental, este género volverá a ponerse de rabiosa actualidad con el estreno de la película de Disney. Pero hay un segundo aspecto que también se oscurece con el cambio de su nombre en Europa, cual es la profunda unión que existe entre la protagonista y el mar. Y es que, precisamente, Moana quiere decir, en lengua samoana, “agua profunda”, esto es, océano, que es el elemento clave de la historia.



Moana es la primera princesa polinesia de Disney, a la han dado vida el equipo dirigido por Ron Clements y John Muskar, autores de grandes éxitos como La sirenita (1989), Aladdin (1992) o Tiana y el sapo (1999). Sin duda va a ocupar en el un lugar muy destacado en el palmarés de princesas no occidentales, junto a Mulan, Jasmine, Pocahontas y Tiana. La historia sucede en un tiempo mítico, hace 2000 años, en el Pacífico sur. Vaiana, hija y heredera de Tui, el jefe de la isla de Motunui, es una joven valiente y tenaz que siente dentro de sí la llamada del mar, el instinto navegante que llevó a sus ancestros hasta el paraíso de verdor donde habitan. Durante muchos años el arrecife les ha protegido pero ahora viven atrapados en el mismo y sus recursos vitales están desapareciendo poco a poco, amenazando a su supervivencia. 


Alentada por su abuela Tala, una mujer sabia que vive en constante comunicación con sus antecesores y con los espíritus de la naturaleza, Vaiana descubre su condición de elegida para salvar a su pueblo. La joven se atreve a transgredir el tabú que prohíbe traspasar la barrera de coral y se aventura mar adentro acompañada de Maui, una deidad del viento y el mar y también benefactor de la humanidad, una especie de Prometeo polinesio. Maui es semidios egoísta y embaucador, de formas mutantes, cubierto de tatuajes mágicos que cuentan su historia y que está condenado a la soledad. Un buen día decidió caprichosamente arrancar el corazón de la madre Naturaleza, Te Fiti, desencadenando con ese acto inconsciente una catástrofe ecológica. La difícil misión de Vaiana y Maui será devolvérselo, para lo cual tendrán que luchar contra los piratas Kakamora, contra monstruos de las profundidades en Lalotai, y contra los ríos de lava del temible demonio Te Ka. En ese espinoso camino Vaiana y Maui encontraran su auténtico ser, su verdadero papel en el mundo. Como siempre en las películas de Disney el dramatismo está punteado con el humor, y así no faltan divertidos personajes animales, como el cerdito Pua o el tontorrón gallo Hei Hei .


El equipo de producción realizó investigaciones en Fiji, Samoa, Tahití y el sur del Pacífico, y encontraron variantes de la leyenda de Maui y la madre tierra en todas las islas. Por otro lado, como se aprecia claramente, encontramos en esta historia la típica estructura del viaje del héroe analizado por el mitógrafo norteamericano Joseph Campbell en El héroe de las mil caras (1949), y que los guionistas de Hollywood seguro que tienen como libro de cabecera porque es el esquema narrativo más eficaz que se ha inventado hasta ahora, desde la Odisea a las películas de salvadores del mundo, pasando por los cuentos de hadas de la tradición europea. El modelo de acción sigue también los pasos de los ritos de iniciación, con su separación traumática del entorno familiar, estado liminal peligroso, una suerte de limbo donde ya no se es lo anterior pero tampoco se ha llegado al punto de destino, y la reintegración al grupo social con un cambio de estatus social que todos reconocen por haber superado la prueba. Aplicado a Vaiana/Moana, surge un problema que arranca a la heroína de su lugar de procedencia, se ve abocada a realizar un viaje durante el cual soporta terribles pruebas y frente a las cuales deberá mostrar su resistencia, descubriendo el alcance de su valor y su lugar entre sus semejantes, para después retornar a su lugar de origen plenamente transformada por la experiencia. En el camino recibirá la ayuda de seres sobrenaturales (del semidiós del viento y el mar, del espíritu de la abuela) y de objetos mágicos (el corazón de Te Fiti y y el arpón de Maui). Pero, sobre todo, es el empeño de su carácter noble e indómito lo que ayuda a Vaiana/Moana a superar este rito de paso a la madurez, y de acceso a la posición de liderazgo sobre su pueblo.


Vaiana/Moana y el cine de los Mares del sur

Después de Moana (1926) de Flaherty y Tabú (1931) de Murnau, y con la amplia divulgación que obtuvieron los estudios de la antropóloga Margaret Mead (Adolescencia, sexo y cultura en Samoa, 1928), el remoto y paradisíaco escenario de las islas del Pacífico cristalizó en clichés con un atractivo muy poderoso para la imaginación occidental. Ese estereotipo proteico está integrado por aspectos tales como hermosas y acogedoras jóvenes vestidas con falda de paja o sarong, bailando seductoramente el hula, islas de clima tropical con lagos de aguas transparentes escondidos tras cascadas, idílicas playas iluminadas por la luz de la luna, palmeras y cocoteros, canoas que salen a recibir amistosamente a los visitantes entonando el aloha, collares de flores de tiaré y coronas trenzadas con hojas y flores, la fuerza devastadora de la naturaleza a través de huracanes, la explosión de volcanes o tormentas que ocasionan naufragios, tatuajes, surf, bellos cánticos, tabús, el dios sagrado tiki… Si prestáis atención cuando veáis la película de Disney, comprobaréis que, salvo otro elemento típico, como es la música de ukelele, todos esos rasgos están presentes de una manera u otra en Vaiana. Y es que es difícil resistirse a los encantos de este subgénero cinematográfico, plagado de aventuras, amor y diversión, en el que lo más importante es que nos permite escapar desde nuestro mundo opresor a un paraíso prístino de belleza y de libertad.


Los primeros rodajes en Hawai los llevó a cabo, en 1898, un equipo de Edison, pero ya antes la literatura y el arte habían popularizado muchas de esas ideas. El novelista Robert Louis Stevenson y el pintor Gauguin cumplieron el sueño de huir de la jaula occidental, pero fue Robert Flaherty quien se ocupó de traer las imágenes del paraíso al cine de la esquina. Gracias al enorme éxito de Nanook el esquimal (1922), cuando la Paramount le ofreció rodar otra historia de supervivencia entre pueblos primitivos, se encaminó a la isla de Savai´i, donde permaneció dos años buscando monstruos marinos y tormentas con los que enfrentar a su protagonista masculino, Moana, en una nueva historia de tintes épicos. Pero la realidad es que la isla era un remanso de paz y abundancia de recursos materiales y, al final, Flaherty se limitó a rodar las actividades de subsistencia de los miembros de la aldea (caza de cerdos, recogida de frutos y cocos, pesca y marisqueo), artesanía (tejidos y fabricación de alfombrillas), elaboración de los alimentos para los grandes festines, los bailes  rituales o la ceremonia del kava, situando el clímax del film en el doloroso proceso del tatuaje del joven Moana, que marcaba la entrada en la edad adulta. Todo ello lo podemos ver condensado en la característica escena introductoria de las películas de Disney, en la que se nos presenta la vida de la aldea en un rico tapiz de citas a la hermosísima película de Flaherty, que ha encontrado así una nueva vida 90 años después de su estreno. 


Pero hay algo más en el planteamiento de Flaherty que ha heredado la película de Disney: el talentoso documentalista no pudo cumplir su deseo de rodar a los samoanaos rodeados de peligrosos seres marinos y en lucha contra una naturaleza adversa, y esa falta de pathos, de dramatismo argumental, ciertamente perjudicó el éxito de una obra que, pese a su innegable calidad artística, ha permanecido olvidada durante un período muy prolongado. Pero el equipo de Vaiana sí ha podido dar vida a su proyecto gracias a la magia de la animación. Los protagonistas se enfrentan a monstruosos seres de las profundidades, a tormentas y al mortal volcán, todo ello para salvar a la isla de Motunui  de una catástrofe medioambiental. Un adecuado destino para las ideas de Flaherty, cuya obra homónima deberíamos aprovechar esta ocasión para ver o recordar. 

Monica Flaherty con el actor que encarnaba a Moana
En 1975, su hija Monica, que vivió en la isla con sus padres durante el rodaje, retorno al lugar para grabar los sonidos de la naturaleza, los sugerentes cantos de los nativos que tanto le gustaban a su madre, coautora de la cinta, y los diálogos en lengua samoana, ensamblados en perfecta sincronización con el documental silente. Aunque he escuchado voces discrepantes, yo recomiendo sin dudarlo este maravilloso homenaje al trabajo de Flaherty, reeditado con gran calidad de image y sonido en 2015, como un perfecto complemento a la película de Disney. En una próxima entrada nos ocuparemos con el debido detalle de Moana, Tabú y el cine de los mares del Sur.


Pongo algunos enlaces para que podáis disfrutar con escenas de la película de Disney:
https://www.youtube.com/watch?v=QNwWju__1RI
Incluyo también otros enlaces sobre aspectos tratados en la entrada, ambos de Angeles Boix. El primero, su excelente y muy visitado estudio sobre Margaret Mead (http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/07/margaret-mead-en-la-teoria-antropologica.html ). El segundo, su análisis sobre una película muy característica del cine de los Mares del Sur, en sus dos versiones Huracán en la isla y Huracán (http://anthropotopia.blogspot.com.es/2013/07/antropologia-en-el-cine-y-la.html)