Transcurrido
un cuarto de siglo desde el arrollador éxito que siguió al estreno de la
película de Mike Newell es buen momento para volver a disfrutar con las
aventuras de Charlie y sus amigos, ahora, desde la perspectiva de la
Antropología. Aprovecharemos las cuatro ceremonias nupciales que se desarrollan
ante el espectador y que servirán para establecer sus elementos comunes y, de
paso, para estudiar los orígenes de un rito que puede servir de ejemplo de cómo
el paso del tiempo varía el significante
sin llegar a perder un significado que se remonta en muchos casos a la
Antigüedad clásica. Es lo que Martine Segalen llama “el margen de maniobra de
los rituales”.
En
una entrada anterior, la dedicada a las denominadas Noches de Tobías (https://anthropotopia.blogspot.com/2020/03/las-noches-de-tobias-antropologia-en-la.html), aludíamos
al libro de Xosé Ramón Mariño Ferro “Imágenes de la mujer y del hombre.
Símbolos de sexo, seducción, matrimonio y género”. Gracias a la amplia
información que ofrece y a las referencias culturales que nos aportarán, según
los casos, el cine, la pintura y la literatura, recorreremos multitud de
detalles que hemos presenciado en numerosas ocasiones sin pararnos a indagar en
el concreto mensaje que encierran. Gran parte de ellos serán ilustrados con
imágenes de la película. Por razones sistemáticas, el orden en el que se
colocan no se corresponde con el argumento. Se trata de animar al lector a
volver a verla, no de hacer un resumen que lo impida.
En
la actualidad el matrimonio se celebra
en un solo acto. Pero no siempre fue así. Los esponsales tenían por finalidad
publicar el compromiso de los futuros cónyuges. En Roma se utilizaba una
fórmula de la que el término deriva etimológicamente (“spondesme? espondeo”);
también solían intercambiarse regalos. No significaba que hubiera de celebrarse
la boda necesariamente ni tampoco permitía las relaciones sexuales. Con la
posterior obligatoriedad del matrimonio eclesiástico perdió su importancia
simbólica. Sin embargo, permanece la petición o pedida de mano que se sigue
realizando en la actualidad. Se mantiene el intercambio de regalos entre los
futuros contrayentes y se hace intervenir a las familias, pues suelen acompañar
al novio los familiares o amigos que actúan en su representación. Es obvio que el padre de la novia ha de
consentir para que pueda esta casarse y es significativo que sea el novio el
que ha tomar la iniciativa y no al contrario.
En
la película no aparece ningún acto de este tipo. Por eso recurrimos al momento
en el que Bernard y Lydia dan el primer paso en una relación que terminará en
la segunda boda en la pantalla. Como dama de honor en el enlace entre Angus
y Laura, ella había pensado que tenía el “ligue” asegurado y se viene abajo cuando comprueba que no
es así. Afirma sin embargo que no está tan desesperada como para aceptar el
remedio que le ofrece él. No sabe que los banquetes de boda suelen alargarse
mucho.
En
la Antigüedad Clásica los novios realizaban un baño ritual de purificación
antes de desposarse. En la Edad Media se mantuvo esta costumbre que, por otra
parte, era común a determinados actos importantes, como por ejemplo el de
armarse caballero. En la carta a los Efesios San Pablo aporta la visión de la Iglesia: “como
Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla. Él la
purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque quiso para sí una
Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún defecto, sino santa
e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su mujer como a su
propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo”.
Que
como en otros casos se trata de una acomodación a la doctrina de costumbres
anteriores lo demuestra Mariño Ferro con la cita de varios autores latinos que
presentan la purificación con el fuego y la limpieza con agua de la esposa como
símbolo de su pureza y castidad.
Si
algo caracteriza a Charlie es su incapacidad para llegar puntual. Sus amigos, con
un plan sibilino, consiguen que la única boda a la que no llegue tarde sea la
suya. En la imagen se ven hasta seis despertadores y al bueno de Tom, que se
quedó a dormir con él. No contentos con
eso, añaden a su plan una mentira sobre la hora. Resultado, el novio no se baña
y se acicala a la carrera, pero llega con mucha antelación a la iglesia.
Un
detalle importante que merecería una reflexión aparte es que la carga simbólica
parece decantarse claramente en el lado femenino. El aliño indumentario (en
palabras de Antonio Machado) es un claro ejemplo. Nos centraremos en la corona,
el velo, el ramo, el cinturón y el traje. Por si el lector supone que se trata
de usos recientes, transcribiremos unos hermosos versos de Catulo:
“Cinge
tempora floribus
suaue
olentis amarace
flammeum
cape laetus, huc,
huc
veni, niveo gerens
luteum
pede soccum”.
(Ciñe
tus sienes con las flores
de
la suavemente perfumada mejorana
toma
alegre el velo rojo, aquí,
ven
aquí trayendo en tu pie de nieve
la
bota amarilla).
En
otro lugar, llevado por la pasión hacía su amada de la que resulta inocente
partícipe un gorrión, dice:
“tam gratum es mihi quam ferunt puellae
pernici aureolum fuisse malum
quod
zonam soluit diu ligatam”.
(me
es tan grato como dicen
que
fue la manzana de oro para la doncella
que
desató la cintura largo tiempo anudada).
Las
coronas de flores eran utilizadas por las novias romanas y se mantuvieron con
el cristianismo con un doble significado. Por un lado simboliza la victoria
sobre el deseo carnal y, por otro, la virginidad. Solían hacerse de azahar,
siemprevivas, rosas o mirto y de su fuerza significativa da idea la costumbre
recogida en Borgoña en el siglo de XIX de conservarla durante años, hasta que
se convertía en polvo. Solamente el esposo estaba autorizado a quitarla.
Llegado
el día de una boda largamente ansiada, Hen ("Duckface") no dejó ningún detalle al
azar. Antes de salir para la iglesia comprueba ante el espejo que su corona había "aterrizado" correctamente.
La
misma referencia a la virginidad encontramos en el ramo de flores aromáticas,
uno de los elementos insustituibles en toda ceremonia nupcial que se precie.
Mariño Ferro nos refiere que en Portugal es costumbre que sean las amigas de la
novia las que se encarguen de prepararlo. Probablemente de ahí deriva la
costumbre de que, una vez concluida la boda, sea arrojado al aire de manera que
aquella muchacha en cuyas manos caiga será la próxima en casarse. En la boda de
Laura, se cumple este presagio porque es Lydia la que, con gran alborozo, se hace con él.
Además
de en el ramo, las flores están presentes en los adornos de la iglesia, las
solapas del novio y el padrino y en el coche que los transporta hasta el altar. En
Grecia y Roma se usaban para engalanar las puertas de las casas de los esposos,
tanto las de sus padres como de la futura residencia común.
La
costumbre de que la novia portase un cinturón, nuevamente, como indicativo de
su virginidad, no está muy en boga en la actualidad, si bien ya hemos visto en
los versos de Catulo que en Roma sí lo estaba. Se llamaba “lazo de Venus” a un cordón o cinta de lana que
llevaba anudada la novia. Siempre se ha atribuido al esposo la prerrogativa de
desatarlo, en referencia a uno de los trabajos de Hércules, que despojó a la
reina de las Amazonas del suyo.
En
el cuadro de Van Eyck “El matrimonio Arnolfini” vemos como la esposa lo lleva,
aunque para algunos estudiosos, que no están conformes con que sea la imagen de
una boda, denota su embarazo.
En
la actualidad el término “enlace” o la imagen de dos anillos entrelazados que
aparece en muchas invitaciones de boda nos recuerda esa costumbre.
Al
contrario de lo que ocurre con el cinturón, el velo es utilizado como uno de
los elementos característicos de la indumentaria nupcial actual. Esta última
palabra, deriva del término latino “nubo” que significa cubrir o velar, lo cual
da idea de la importancia que se concedía a este aditamento. Ello es así porque
simbolizaba el paso de soltera a casada y, para demostrarlo, estamos
acostumbrados a ver cómo se alza tras la prestación del consentimiento.
En
Grecia y Roma también se utilizaba. El de las novias romanas se llamaba
“flammeum” y era de color rojo o anaranjado (recuerde el lector el verso de
Catulo copiado al principio). El paso de los siglos no le restó relevancia. En
la Edad Media seguía utilizándose con la misma función. En el Cantar del Mío
Cid se narra cómo el rey Alfonso, al salir de misa, pidió a Rodrigo Díaz las
manos de sus hijas Doña Elvira y Doña Sol para los Infantes de Carrión. Lo de que pidiera es un decir: “ellos los piden y os lo mando yo”. El padre acepta, pese a
la corta edad de sus hijas,- “no tienen mucha edad y de pocos años son”,-
movido por la lealtad que siente hacia su monarca, que presenta los enlaces
como honrados y muy provechosos. Entonces el rey pronuncia unas palabras muy
significativas, pues utiliza el término “velar” como sinónimo de matrimonio o,
al menos, de compromiso. Reproducimos seguidamente el fragmento del manuscrito
con la palabra subrayada (la imagen ha sido obtenida en la web www.cervantesvirtual.com).
En
las versiones modernas del poema (por ejemplo, en la de Alberto Montaner Frutos, que puede consultarse en la web www.caminodelcid.org) se aproxima al uso moderno
del castellano y se cambia la expresión “dolas por veladas” por “las doy por
esposas”:
“Desde
aquí las cojo con mis manos a doña Elvira y a doña Sol
y
las doy por esposas a los infantes de Carrión”.
Quédese
el lector con la frase “las cojo con mis manos”, pues más adelante se hará
referencia al intenso significado de la unión de manos en el matrimonio. Por
exceder de los límites de esta entrada, omito cualquier mención a lo que
ocurrió después con Dª Elvira, Dª Sol, los Infantes de Carrión, el Rey Alfonso
y la lealtad que le tenía D. Rodrigo. Pero, desde luego,
nada bueno.
Hay
constancia de que, en algunos lugares, el velo se colocaba durante la ceremonia a
ambos cónyuges. Incluso el origen de esta última palabra está relacionado porque
el yugo, además de ser lo que todos estamos pensando, es el velo que se pone en
la velación a los que se casan (según el diccionario de esa auténtica reina de
las Amazonas que se llamó María Moliner). Con esta imagen se quiere poner de
relieve que los casados compartirán las cargas del matrimonio, como si quedasen
uncidos al mismo yugo.
En
la película todas las novias van de blanco. No solamente en las cuatro bodas
que se desarrollan ante el espectador; también en las que aparecen en los
títulos finales. Incluso, cuando Carrie convence a Charlie para que la acompañe
a elegir su traje de novia para casarse con Amish, son blancos todos los trajes
que le muestra en un improvisado desfile
de modelos, cada uno más rompedor que el anterior. Curiosamente, el más disparatado, el que parecía sacado de “La
casa de la pradera”, será el elegido en
el futuro por la esposa de Tom.
No
obstante, sin duda alguna todos recordamos antiguas fotografías de boda en las
que la novia vestía de negro y en Roma la novia llevaba una túnica de color
azafrán.
Mariño Ferro nos enseña que hasta el siglo XIX no era costumbre que la
mujer se casase con un traje especial y que la dualidad blanco/negro en el
color obedecía a la clase social. Así, el blanco empezó a utilizarse por las novias
de familia adinerada urbana, mientras que el negro lo era en las familias más
humildes y en los entornos rurales.
El
blanco se utiliza para significar la pureza de la novia. Otro uso del color
para encarnar elevados ideales lo encontramos en el Caballero Blanco que
busca el Santo Grial. Una aproximación al concepto aparece en la siguiente entrada
de Encarna Lorenzo:
Antes
de entrar en el templo Lydia se para, se alza el velo y recibe el beso de su
padre. Claramente evoca su gesto el consentimiento paterno al que tanta
importancia se otorgaba en el pasado. Podía recibirse por el novio solamente o
por ambos contrayentes, de rodillas o de pie, ante la familia e invitados o en
privado y antes de salir de casa, en el banquete o ya en la alcoba, pero
siempre está presente este gesto de los progenitores.
Mariño
Ferro recoge la costumbre de que el novio o la novia reciban un golpe tras la bendición; en otros casos es la mujer
la que lo recibe en la cara antes de ser despedida. No debe extrañarnos porque
el rito es idéntico a otros como el del sacramento de la confirmación. En el capítulo 3 de la primera
parte del Quijote, el que trata de la graciosa manera en la que fue armado
caballero, el ventero dice que lo fundamental no es que carezca de capilla en su
establecimiento (que el hidalgo consideraba un castillo), sino “en
la pescozada y en el espaldarazo”. La primera expresión aparece también en Las
Partidas de Alfonso x (2ª, título XX1, ley XIV); se propina al nuevo caballero
tras ceñir las armas y prestar juramento y su finalidad es que todo ello “le
venga en miente”.
Si
algún día regreso a Florencia y visito la iglesia de Santa María Novella me
detendré en el fresco de Ghirlandaio que representa los desposorios de la
Virgen. Especialmente en el personaje que está detrás de San José y se dispone
a propinarle un golpe mientras sus manos están a punto de ser unidas a las de
María.
Para
que no quede ninguna duda, ampliamos la imagen.
A
través de Rabelais nos llega noticia de la extraña costumbre consistente en que los novios se golpeasen
mutuamente durante la ceremonia. Algo similar sucede en la boda de Charlie, que
es dejado fuera de combate por Hen “Duckface” cuando expone en público sus
dudas.
En
la ceremonia propiamente dicha nos detendremos en el significado de la unión de
las manos de los novios, los anillos, las arras y el beso nupcial.
Esta
imagen corresponde a la boda de Bernard y Lydia. Delante del oficiante ambos
unen sus manos. Antiguamente era el sacerdote el que aproximaba las de los
contrayentes, como hemos visto en el fresco de Ghirlandaio. También esto tiene
un significado muy concreto. Mariño Ferro distingue hasta nueve modalidades de
este símbolo del compromiso recíproco que asumen los esposos; y atribuye a cada
uno consecuencias relativas al régimen de igualdad o supeditación que se
establecen. En concreto, la que muestra la fotografía se corresponde con la
dependencia de la mujer respecto al hombre.
En
el cuadro de Van Eyck “El matrimonio Arnolfini” vemos un ejemplo similar en el
que la mujer posa su mano sobre la del hombre.
La
unión de manos tiene cierta relación con el vasallaje, en cuya constitución se
incluía la “inmixtio manum” en la cual el vasallo ofrece sus manos al señor,
que las encierra entre las suyas.
Sin
embargo, en esta otra, tomada de la película de J. Ford “El hombre tranquilo”, Sean
y Mary Kate entrelazan sus manos de manera que la idea de sometimiento femenino
parece excluida.
Esta
costumbre ya existía en Roma y Grecia. Los esposos estrechaban sus manos en la
denominada “dextrarum
iunctio”. La vemos representada en el bajorrelieve que adorna el “Sarcofago degli Sposi” (ca.
160-170 d.C.) custodiado en el “Palazzo
Ducale” de Mantua. Puede apreciarse el contrato nupcial en manos del marido
y la presencia de Iuno Pronuba,
personificación del matrimonio, Himeneo, dios del matrimonio, con la antorcha
nupcial, y Suada, personificación de la armonía de la vida matrimonial y las
buenas intenciones de la pareja. Detrás del novio está el testigo de la unión.
En
“Cuatro bodas y un funeral” no aparecen las arras. La entrega de las trece
monedas aparece en la liturgia católica desde el siglo XII y es muestra de que
el matrimonio, entre otras cosas, participa también de la naturaleza de los
contratos en cuya celebración ya desde
el derecho romano aparecían con una doble finalidad: como confirmación de su
celebración o posibilidad de que uno de los contratantes desista del negocio, perdiéndolas o restituyéndolas dobladas. En las bodas cumplen la primera
función. Suelen ser de plata (aunque la costumbre en algunos lugares era que
una de ellas fuese de otro metal).
Sí intervienen los anillos en la película;
como las monedas, también se usaban en la Antigüedad como prueba de los
negocios jurídicos. En Roma eran de hierro bañado en oro o de este último metal
y significaban la promesa de fidelidad entre los esposos. De ahí viene la
palabra “alianza” y el término italiano “fede”. Desde la Edad Media la bendición de los
anillos forma parte del rito religioso del matrimonio. Curiosamente, hasta el
siglo XVI no se estableció que los contrayentes lo llevasen en el dedo anular.
Si volvemos a la ampliación del cuadro de Van Eyck usada para ilustrar la
costumbre relativa al cinturón, observaremos que la señora Arnolfini llevaba
anillos situados hacia la mitad de dos de sus dedos. Conociendo la minuciosidad
del artista, sin duda alguna no era un detalle casual.
Además
de llegar por los pelos a la boda de Angus y Laura, Charlie olvidó los anillos.
Tras pedir con gestos desesperados ayuda a sus amigos, tuvo que conformarse con
dos de los que portaba su hermana Scarlett. Una imagen vale más que mil
palabras.
En
el enlace de Bernard y Lydia, Tom no comete el mismo descuido y se encarga de
mostrarlos con cierto descaro. De su actuación posterior, incluido el discurso,
mejor no hablar.
Las
formas de los anillos “de casados” han variado a lo largo del tiempo como
también lo han hecho sus inscripciones (en la actualidad solamente se graban la
fecha y el nombre del otro contrayente), pero pocas costumbres nupciales han
resistido mejor el paso de los siglos.
¡Que
se besen! Los invitados a una boda suelen pedirlo a los novios. Aunque haya perdido
gran parte del significado que tenía en Roma y en la Edad Media, el beso es una
parte esencial de este rito al igual que en otros sacramentos. Curiosamente, en
el Concilio de Trento se prohibió (lo mismo que el banquete). Para dar idea de
la categoría que tenía como proclamación pública del matrimonio e incluso
dentro de las relaciones entre el hombre
y la mujer, transcribimos la estrofa 685 de “El libro del Buen Amor” del
Arcipreste de Hita.
Esto
dixo don' Endrina: "Es cosa muy provada
"Que
por sus besos la dueña finca muy engañada:
"Encendemiento
grande pon' abracar al amada,
"Toda
muger es vencida, desqu' esta joya es dada.
Además,
el beso tenía importancia desde el punto de vista jurídico. En Roma se
utilizaba como prueba de la conclusión de los contratos y en el libro III del
Fuero Juzgo aparece la siguiente ley:
“Si
algún esposo muriese por ventura fechas las esposaias, y el beso dado, e las
arras dadas, estonze la esposa que finca deve aver la mitad de todas las cosas
quel diea el esposo…”.
El
resto de las normas sobre el matrimonio no resiste una lectura con perspectiva de género.
Aunque
desde una visión actual pudiera resultar hilarante la mención a las muestras de
resistencia de la novia al matrimonio de las que se ya se dio noticia en la
entrada dedicada a las noches de Tobías, deben interpretarse como una muestra
de respeto hacia la autoridad familiar que a partir de ese momento se abandonaba.
Sin llegar a los excesos que se narraron en la otra ocasión, se rastrean en
determinados eventos consuetudinarios que acontecen en las nupcias (como diría
Juan de Mairena). Nos referimos a la tardanza de la novia en llegar a la
iglesia y a que esperase unos
momentos antes de pronunciar el “Sí quiero”. Quizá la clave está en que, no mostrándose
especialmente deseosa, demuestra que tampoco lo está de abandonar la casa de
sus padres.
En
la boda de Bernard y Lydia la prestación
del consentimiento se dilata y adquiere tintes de película de suspense, pero no
es por su causa, sino por la inexperiencia del sacerdote, magistralmente
interpretado por Rowan Atkinson, que lo convierte en algo interminable y lleno
de obstáculos.
En
cambio, Angus y Laura no tuvieron ese problema. No obstante, en la escena en la
que ella, algo bebida, se despide de los invitados entre lágrimas (“no te
conozco, pero te quiero mucho”) podría incluirse en esta categoría, y también
en la de las trabas, esta vez involuntarias, a la consumación del matrimonio, de lo que
hablaremos pronto.
En
esta boda, al salir de los contrayentes del templo, son recibidos por una
lluvia de arroz. Detrás de este gesto,
que seguramente todos nosotros hemos hecho alguna vez, se esconden los deseos
de prosperidad de los invitados y familiares; los mismos que adornaban las
bodas en Roma, aunque en ese caso se lanzaban otros frutos. Por ejemplo, en la
continuación del poema de Catulo del que antes se transcribieron unos versos se
alude a las nueces, pero podrían ser trigo, dátiles u otros.
Del
significado simbólico de que los esposos se reúnan para comer juntos da cuenta que la separación matrimonial se describa en el Derecho Canónico haciendo
referencia al "lecho, techo y mesa". En Roma, la “confarreatio” era una de las
formas del matrimonio, la reservada para las clases altas; el término deriva de una
torta de cereal (panis farreus) que los contrayentes compartían simbólicamente.
En
la actualidad los banquetes de boda, comunes a las ceremonias civiles y
religiosas, concitan numerosos gestos llenos de significado: entrada triunfal
de los novios, beber de la misma copa, brindis, corte conjunto de la tarta
nupcial y baile iniciado por los recién casados.
En
todos los casos se quiere significar de manera solemne y pública que a partir
de ese momento sus pasos seguirán el mismo camino. Curiosamente, la palabra "divorcio", significa lo contrario, que cada uno seguirá el suyo propio.
En
la boda escocesa de Amish y Carrie los invitados les siguen formando un cortejo
iluminado por antorchas. De la misma manera ocurría en las bodas en Roma, si
bien en ese caso el destino de la marcha
era la casa de los esposos. La utilización del fuego es recurrente;
anteriormente se hizo referencia a su función purificadora antes de la
ceremonia. En este caso, una vez que ha tenido lugar, parece estar más
relacionada con la próxima consumación del matrimonio. Como signo de buen
agüero se evitaba pisar el umbral de la casa y relacionada con ello está la
costumbre de que el esposo lleve en brazos a su esposa. La esposa portaba
tres monedas, destinadas respectivamente dos de ellas para el esposo y para los
lares o divinidades familiares.
En
“El hombre tranquilo” encontramos una modalidad de esta comitiva. Tras la
tempestuosa boda de Sean y Mary Kate, los invitados, bastante beodos, llegan a
la mañana siguiente con los muebles y ajuar de la novia cargados en un carro.
En la costumbre hay elementos de proclamación de la nueva vida y ostentación de la dote de la novia; también
de la función de la esposa. Mariño Ferro da cuenta de esta costumbre, mantenida
hasta el siglo XX en zonas rurales de España, y señala que en lugar destacado
del carro estaban la rueca, el huso y la cama del matrimonio.
Paradójicamente,
las trabas a la consumación siguen a todos estos buenos deseos de los
invitados. Nuevamente se hace conveniente la lectura del texto dedicado a las
noches de Tobías, en el que se daba cumplida explicación del término
“cencerrada”. Cuando Angus y Laura abandonan la carpa en la que tuvo lugar el
banquete, comprueban que su coche, además de estar pintado para la ocasión, contiene una muñeca hinchable y un carnero,
cuya fugaz aparición en la película no impidió que figurase en el cartel
publicitario.
En
“Cuatro bodas y un funeral” no sabemos lo que le ocurre a las parejas en su
vida matrimonial. Los protagonistas de las dos primeras bodas asisten como
invitados a las siguientes (Angus y Laura como padres de gemelos) y al funeral
de Gareth. De Amish solamente sabemos lo
que ocurrió tras la primavera desastrosa que precedió a la ruptura de su
matrimonio con Carrie. De ella sabemos por los títulos finales que tuvo un hijo
con Charlie. El resto del grupo de amigos también se empareja, incluida Hen, muy
feliz el día de su boda con un militar. Los guionistas incluyen al príncipe
Charles en un más que probable montaje
fotográfico junto a Fiona. Que permanezcan así en nuestra memoria.