Paterson. Cine y poesía
Paterson es una
ciudad de New Jersey; pero es también el nombre de un personaje que aparece en
un film de Jim Jarmusch y, ante todo, el título de una ‘epopeya’ escrita por William
Carlos Williams (WCW), donde aparece un narrador que, por cierto, se llama Paterson.
Jarmusch filma una
narración de un preciso lirismo: el curso de los acontecimientos, las imágenes
reflejadas en los escaparates, el proceso que se deshilvana en la mente del
protagonista rumiando palabras que buscan precipitarse en el poema. “El poeta
es alguien que se contenta con palabras”, dejó escrito Nikos Kazantzakis.
En el filme los
días aparentan asemejarse. Paterson, de lunes a viernes, suele despertarse en
torno a las 6:15 y repite el mismo ritornelo: acariciar a Laura dormida, besar
sus hombros, desayunar leche con cereales… Después le vemos salir de la casa
con el canasto (vaya, la tartera) en donde Laura ha colocado comida y también
algún detallito (por ejemplo, un retrato de Dante). Se dirige a la cochera.
Porque Paterson, que vive y trabaja en Paterson, es conductor de autobuses. Ya frente
al volante aprovecha unos minutos para dejar fijadas en su cuaderno las
palabras que han ido revoloteando en su cabeza. Reproduce lo que su admirado
poeta WCW solía hacer cuando regresaba a su casa del trabajo. Así, al menos, lo
cuenta William Eric Williams, hijo del poeta de Rutherford.
Aparece Donnie,
encargado de registrar las salidas y entradas de los autobuses. Es un hombre apesadumbrado,
pesan sobre él demasiados lastres familiares. Tal vez exagera y se hace algo la
víctima. Es un alma en pena.
El autobús inicia
su recorrido por las calles de la ciudad. Una ciudad (al menos lo que se nos presenta)
destartalada y fea, pero que la mirada de la cámara nos la ofrece cubierta en
una extraña belleza. La fotografía nos muestra una pátina, un resplandor, una
limpidez sorprendente. Qué pequeña es la distancia entre lo bello y lo feo.
Depende del alma, de los ojos del alma.
Llega la hora de
comer. Siente predilección por hacerlo junto a la cascada.
Regresa al
volante. El interior del autobús es ‘un pequeño teatro del mundo’. Los actores
charlan sobre sus cosas: sobre sus ídolos deportivos, sobre sus sueños, sobre
el deseo imaginado y no alcanzado.
Ah…y los reiterativos
gemelos (¿por qué esa duplicación?). Laura sueña con hijos gemelos.
Acaba la jornada. Paterson vuelve a casa. A la
mansedumbre muelle de lo doméstico: el poste del buzón siempre desencajado, el
sofá, Laura que cubre cuanto encuentra de pintura negra. Negro sobre blanco.
Ella se imagina cantante country. Por
eso quiere hacerse de una guitarra. Claro está: ajedrezada (blanca, negra). Es
muy coherente. Laura le pregunta a Paterson por sus versos. A mí me parece que
lo hace un poco de cumplido. Él, embebido, ensimismado (qué palabra tan
curiosa, ensimismado). Habita en dos ámbitos.
“Mi padre también es poeta, ¿no lo sabías? Siempre está pensando en otra cosa”,
dice el personaje de una novela de Sándor Marai.
Todo ocurre ante la mirada hosca del perro, un bulldog
cascarrabias; él y Paterson no congenian. Marvin, el perro, es en alguna medida
el hijito deseado por Laura. Paterson se dirige al acostumbrado bar donde reina
Doc, el camarero. El perro queda fuera. Toma una jarra de cerveza mientras conversa
con Doc quien, por cierto, tiene cara de bulldog (¿será gemelo de Marvin?). Es
un hombre sabio, una suerte de Sócrates doméstico (también padece a su Jantipa).
Juega al ajedrez consigo mismo, se desdobla. Un universo especular. Dentro del
bar desfilan (como en el bus) una fauna de seres variopintos. Everett, el
enamorado, que intentará suicidarse disparándose en las sienes balas de gomaespuma;
los hermanos gemelos que juegan al billar…
Vuelta a casa. Un día más. Y los días fluyen. Aparecen
pequeñas grietas que los distinguen. Y esas fisuras no sabemos adónde habrán de
conducir. (Y
la grieta en la taza de té / lleva a la tierra
de los muertos,
Wystan Auden). Las palabras se avivan en la mente, aletean.
Una tarde al salir del trabajo, Paterson se encuentra
a una niña que escribe poemas en un cuaderno (su ‘libreta secreta’) y que,
curiosamente, tiene una hermana gemela. Lee unos de los poemas que ha compuesto:
Cae agua desde el aire resplandeciente,
caen cascadas como cabellos
sobre los hombros de una adolescente.
Cae agua formando charcos en el asfalto,
sucios espejos con nubes y edificios dentro,
cae sobre el tejado de mi casa,
cae sobre mi madre y mi cabello.
La gente suele llamarla lluvia.
Un poema de una frescura y un vigor que sobrecoge.
Paterson queda desconcertado. Cuesta creer que una chica tan joven haya escrito
algo así.
Cuando se presenta la ocasión, Paterson se acerca al
acantilado, se acomoda en un banco y observa el estrépito del agua al romperse.
Era un lugar predilecto de WCW. El estruendo del agua, el puente,…y ese
cuaderno donde se posan las palabras de sus
versos. Esa mirada que se vuelve hacia dentro, a ese espejo sin
dimensiones que es el alma humana… El viaje interior de un Odiseo cotidiano que
se abisma en el laberinto de la conciencia buscando una patria desconocida, y
que la palabra tal vez puede descubrir.
Las pequeñas cosas, esos centros, lugares axiales en
donde se entrecruzan los hilos del acontecer, allá donde la realidad se ofrece
en sus variadas facetas: las espuma del agua al romperse, su clamor, la caja de
cerillas, o aquella carretilla roja que WCW nos mostró en uno de sus poemas:
TANTO
depende
de una
carretilla
roja
reluciente
de agua
de lluvia
junto a
los polluelos
blancos.
Qué extraños seres
son las palabras. Se adentran en nosotros, atraviesan la piel, nos habitan. Se
aposentan en el espacio intacto de las páginas… Tan duras, tan frágiles, como de
cristal… Y ese perro vengativo y voraz, que las desmenuza, dispersándolas… Y
Paterson, sin voz, regresa de nuevo a la cascada, al alboroto del agua para sumergirse
en su voz tumultuosa, en su verbo informe…
La palabra poética se genera como un rumor, un
murmullo, un batir de ramas que poco a poco se sedimenta. Lo aparentemente
nimio se convierte en un foco cargado de energía viva, un eje que parece conciliar
la variedad de lo existente. Un espejo, un prisma de múltiples facetas (Ver
un mundo en un grano de arena, un cielo en una flor silvestre, tener el
infinito en la palma de las manos y la eternidad en una hora). Y es que, en verdad, los ojos
del poeta se orientan al misterio. Y el misterio es un vilano arrastrado
por la brisa, una brizna de paja, la mano que se acerca a otra mano.
Más tarde aparece
un virgilio japonés que habrá de
devolverle a la entraña de la palabra. Le obsequia un cuaderno de páginas nuevas
para atrapar en ellas el vuelo fugaz de esas aves caprichosas…
Es lunes otra vez.
El tiempo se renueva. El reloj marca las 6:15. El desayuno, el revoloteo de las
voces…
-Los ladrones de cuerpos: https://anthropocinema.blogspot.com/2016/01/no-duermas-mas-en-torno-la-invasion-de_26.html
-Ordet:https://anthropocinema.blogspot.com/2015/12/ordet-dos-horas-en-la-caverna-de-platon.html
-La rodilla de Claire:https://anthropocinema.blogspot.com/2015/10/la-rodilla-de-claire-siete-fotogramas.html
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-Solaris:https://anthropocinema.blogspot.com/2015/08/realidad-e-irrealidad-en-solaris.html
-Dead Man: https://anthropocinema.blogspot.com/2015/07/whahappan-dead-man-1995-de-jim-jarmusch.html
-Solaris:https://anthropocinema.blogspot.com/2015/08/realidad-e-irrealidad-en-solaris.html
-Dead Man: https://anthropocinema.blogspot.com/2015/07/whahappan-dead-man-1995-de-jim-jarmusch.html
Una belleza de comentario. Felicidades.
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