jueves, 8 de octubre de 2015

LA RODILLA DE CLAIRE (Siete fotogramas en torno al deseo)

Una joven es y será siempre el único objeto digno de adoración de la naturaleza y de la existencia entera.

SÖREN KIERKEGAARD


1

Ni frío ni caliente, turbio. Turbado. Pues que desconocemos si, en verdad, somos yo o, acaso, somos otro. Ambos, seguramente todos. Sí, las palabras son cosas muy terribles, artefactos que siempre nos rebasan, tentándonos. Dicen, desdicen. Ocultan, muestran: tejen, destejen. Esta es su perversidad.

No acertamos saber en dónde sernos, y me quedo -te quedas- a medio camino de existir. Nos urge librarnos de todo cuanto, aparentemente, no nos pertenece.  Y así, ligeros, fundirnos (confundirnos) en lo otro, y perdernos en ello.

2

En un principio a Jerôme para nada le interesa Claire. Ni tan siquiera reparó en la muchacha cuando le fue presentada por vez primera. ¿No estaba, acaso, prometido a otra mujer? Y, más tarde, incomprensiblemente, comienza a sentirse azorado en su cercanía. Es curioso, ella, Claire, casi una niña, le intimida. En su secreto ella le amenaza.


 El deseo se asoma por la ventana de un gesto; en la esquina más estrafalaria del cuerpo: la rodilla. Es un omphalos, el axis que ordena la topología de la carne. De carne que es sólo piel, disfraz de la apariencia. Lo que bajo ella se esconde aterroriza porque se nos revela como absurdo desorden. La rodilla de la joven será para Jéromê la matriz desde donde se conforma el cuerpo todo. Claire parece emerger desde ese misterioso hontanar que en la rodilla se concreta. "Es el polo magnético de mi deseo -dice él- el punto preciso donde, si pudiera seguir exclusivamente ese deseo, colocaría de entrada mi mano". La articulación le confiere significado al cuerpo, le hace gravitar hacia sí. Y en esa fuerza centrípeta parece absorberse el universo entero. Un universo, claro está, que coincide en todo con la conciencia de Jéromê. En territorios como estos gustan los dioses combatir a los mortales.
3

"Provoca en mí un deseo nítido, sin objetivos precisos, y tanto más fuerte en la medida en que carece de objetivos, es un deseo puro, un deseo de nada". Un deseo de nada, un deseo sin márgenes en donde caben todos los deseos. "En el fondo de la seducción -sentencia Baudrillard- está la atracción por el vacío". La avarienta nada que todo lo ambiciona, y que nos arrebata en el vértigo de sus alas. Y sabemos que sí, que inevitablemente, habrá de devorarnos. El temor nos obliga a mantenernos en el pasmo y no traspasar su círculo de fuego. Tremor numinoso. No nos hallamos seguros dentro de los límites que impone nuestra piel. Otra piel más intensa, desde lejos, nos reclama. Jéromê está "al borde de un precipicio, a sólo un paso del vacío".
Jéróme se siente poseído de nada, su conciencia se encuentra pregnada en unos centímetros cuadrados de la piel de una muchacha. La nada es más onerosa que el ser, como la noche lo es más que la luz. En su sombra engulle los seres que, adérmicos, se extravían en una masa informe.
4

El seducido es un poseso. Otro es en él. El oscuro ángel de la nada ha edificado su templo en su seno. Ay, seria tan fácil adelantar la mano hasta la rodilla para abrasarse en ella. Pero Jéromê parece un tullido. Y lo curioso es que se cree con cierto derecho sobre Claire. Algo es mío, sin más, porque lo apetezco, porque me solicita. De modo parecido suelen conducirse los niños al encapricharse por un juguete ajeno. Así es como también David se adueñó de Betsabé, la que fuera esposa de Urias. Es cuestión de deseo y de fuerza.

5

Lo seducido es propiedad, y, al tiempo, propietario de aquello que le reclama. Lo seductor se yergue, mayestático, como un ídolo imponente que no podemos dejar de venerar. Por eso es que nos volvemos celosos. Se nos hace inadmisible que pueda ser violado, profanado, ni tan siquiera por nosotros mismos. Su vehemencia es contradictoria: procuramos vaciarnos -acabarnos en ello- y colmarlo de nosotros mismos. Sobre el ánimo de Jéromê pesa un enigma. La rodilla de Claire posee la mirada inapelable de Gorgona o el sexo de Baubo.


6

Claire es inocente. Es el espejo donde Jéromê se ve reflejado. Claire es muy distinta, pongamos por caso, de Lolita. Las nínfulas conocen de sobra la comezón que en los demás provocan. ¿Por qué una rodilla y no unos labios, unos muslos o unos ojos? Lo estrafalario acrecienta la paradoja. ¡Tocar la rodilla...! Parece como si un ser diferente (¿la misma rodilla?) le mueve a actuar. Pero él sabe que acabará por dar el paso que le conducirá al fondo del abismo. Las Erinias de la cobardía le reservarían un destino aún más deleznable.

Guilles, el novio de Claire, coloca su mano sobre la misteriosa rodilla, y nada ocurre.


7

De sobra conocemos cómo a Jéromê le inquieta ese contacto y, cuando al fin se decide –como con el beso de la princesita- el hechizo se desvanece. Sólo que aquí el príncipe se convierte en sapo.  Claire, desconcertada, se deshace en lágrimas.

Jéromê se ha atrevido a franquear el umbral. ¿De dónde le ha brotado esa fuerza? ¿Tal vez de la propia rodilla? Él no acierta a comprender el oculto venero de donde ha brotado esa voluntad que le parece ajena. Como un haz de luz se dispersa al traspasar un prisma de cristal, jamás atisbará de qué forma se ha producido tal fenómeno. Se siente atravesado. Eso es todo.

Jéromê, extrañado, afirma que es “la única vez que ha realizado un acto de pura voluntad”.

                                                                                  *Le genou de Claire. Eric Rohmer, 1970


                                               Miguel Florián

3 comentarios:

  1. Un ejercicio muy interesante de reconstrucción, del interés por el detalle y a partir de ahí construir un discurso sin ampulosidades, sino con apuntes para que el lector sea el protagonista del significado. Me gusta

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  2. El comentarista podría poner en su tarjeta de visita o en su perfil en redes: Miguel Florián, cuerpólogo.

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  3. Felicidades por la entrada, despierta las ganas de ver la película.

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