1_ Preludio en re menor
Cuenta la leyenda que cuando Goebbels enseñó a Hitler una copia de Blancanieves y los siete enanitos, el dictador lloraba de rabia mientras se lamentaba, “¿por qué nosotros no podemos hacer esto?” (Hitlers Traum von Micky Maus, Cuando Hitler soñaba con Mickey, documental de Heinz Tischmeyer, 1999). A partir de entonces, ya comenzada la Segunda Guerra Mundial, el ministro de propaganda tuvo el encargo de organizar estudios de animación en Alemania que imitasen el estilo Disney, con el afán de superar lo que Hitler había visto ese extraño día de 1937.
Sin embargo, desde el advenimiento del Tercer Reich en 1933, los animadores más geniales de Alemania se habían visto forzados a dejar su país, estigmatizados, como sucedía con los artistas de Vanguardia, con la etiqueta de artistas degenerados: Hans Richter y Oskar Fischinger, maestros de la animación abstracta, emigraron a EEUU para continuar, no sin altibajos, sus respectivas carreras –Fischinger llegó a ser una inspiración para la Fantasía de Walt Disney, aunque jamás se le reconoció en créditos–. Lotte Reiniger, animadora de siluetas, y su marido Carl Koch, también padecerían la suerte del exilio después de haber dado a luz el primer largometraje de animación europeo, y el más antiguo que se conserva: Las aventuras del príncipe Achmed (Die Abenteuer des Prinzen Achmed, 1926).