Existen películas que
dejan una impronta perdurable en el hondón de la memoria infantil. La infancia
es un sustrato muy generoso en donde fácilmente prenden y se desarrollan las
semillas primeras de la experiencia. Territorio habitado por mitos y leyendas,
abierto siempre a lo inaudito. Yo podría, como cualquier otro, mencionar varias
películas iniciales; de entre todas ellas entresaco ahora una: El cebo (Es geschah am hellichten Tag, ‘Ocurrió a plena luz del día’). No
recuerdo con exactitud cuando la vi por vez primera. Seguramente en uno de
aquellos cines de sesión continua a los que los niños madrileños íbamos las
tardes de domingo para aliviar a nuestros padres. O, tal vez, en las proyecciones
que a muy bajo precio se organizaban en La Casa de la Moneda , en la calle Doctor Esquerdo. También pude
verla en aquellas salas de cine improvisadas donde se exhibían filmes
esporádicamente y los espectadores debíamos ir acompañados de una silla. ¿Tal
vez fuera una de las películas que nos proyectaban los domingos por la mañana en
el colegio? Pero lo dudo, los curas solían preferir películas como Molokai, Fray Escoba, o El beso de Judas.
La verdad, no lo sé con seguridad. Pero lo cierto es que El cebo me impresionó. Lo que allí se contaba cifraba en gran
medida los oscuros temores que acechan a los niños asustadizos, aquellos niños
que vivíamos atemorizados por ‘el hombre del saco’, o el ‘sacamantecas’. Y es
que eso era lo que se contaba en la película: la historia de un asesino de
niñas, de un ‘asesino en serie’ que nos gusta decir ahora. Mi madre me repetía (como
les recomienda en el filme el policía a los escolares) lo que solían decir las
madres entonces: ‘no hables con un desconocido’, ‘no aceptes caramelos ni
ningún otro regalo de nadie que desconozcas’.
El cine no es solo una fábrica de sueños. Como la novela, es también un espejo que se pasea ante la realidad, reflejando todas sus contradicciones. Las películas crean mitos muy potentes, reciclando para ello elementos culturales de muy diverso orden. En la pantalla proyectamos nuestras ilusiones y temores más profundos. El Séptimo Arte es por ello una herramienta clave para averiguar quiénes somos realmente. Cine y Antropología se alían en busca del saber acerca del hombre.
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lunes, 17 de agosto de 2015
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