The Artist (2011) es un homenaje en toda regla a la historia del
cine americano, centrándose en un momento crucial, el del tránsito del rodaje
mudo al sonoro. El protagonista es un trasunto de John Gilbert, una gran estrella de la época silente y que,
como tantos otros actores y actrices, no logró superar las nuevas exigencias derivadas del uso de la voz, como eran una
perfecta dicción, un timbre agradable y, al
poder expresarse ahora las
emociones también a través del lenguaje
audible, una gesticulación más natural, no tan afectada y grandilocuente como
la que antes se requería para poder contar historias cada vez más
largas y complejas, en las que el relato
se hacía descansar, casi por completo, en la expresividad facial y en el lenguaje
corporal.
Por cierto que esa progresiva sofisticación en los argumentos de las
películas mudas había llevado al cine a un verdadero callejón sin salida, el
del prolongado metraje de los films, casi tres horas, debido a la necesidad de
explicar las vicisitudes del argumento
mediante el uso de continuos carteles explicativos, enlenteciendo
con ello, excesivamente, el desarrollo
de la historia. El cine sonoro, sin embargo, a la par que solucionaba este
problema, creó otro nuevo, la necesidad de trasladar el contenido de
la película a cada idioma. Lo que ahora nos parecen soluciones obvias para ello, como son el uso
de subtítulos sobre la versión original o, sobre todo, el doblaje, no fueron las adoptadas inicialmente. Es un dato
muy poco divulgado que las películas se rodaban en inglés durante el día y, por
la noche, en los mismos escenarios, con el mismo atrezzo, se rodaba la versión
en español, con actores hispanohablantes,
a las órdenes de otro director, con el guión traducido a nuestro
idioma y con las adaptaciones peculiares
que se consideraban adecuadas. Por ejemplo, la película Drácula de Tod Browning
tuvo, en la versión bis rodada en castellano, una duración de media hora más, porque el encargado del rodaje había sido abogado y se entretuvo en exceso con los entresijos del contrato que tenía que firmar el conde rumano.
En otras ocasiones, cuando eran actores universalmente conocidos y que, por tanto, resultaban insustituibles, como podrían ser los celebérrimos Stan Laurel y Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco, eran ellos mismos los que rodaban las versiones en otros idiomas. Para pasar un buen rato con una película que glosa, en clave de humor y música, los desaguisados del inicio del cine sonoro, hay que ver la genial Cantando bajo la lluvia.
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John Gilbert |
En otras ocasiones, cuando eran actores universalmente conocidos y que, por tanto, resultaban insustituibles, como podrían ser los celebérrimos Stan Laurel y Oliver Hardy, el Gordo y el Flaco, eran ellos mismos los que rodaban las versiones en otros idiomas. Para pasar un buen rato con una película que glosa, en clave de humor y música, los desaguisados del inicio del cine sonoro, hay que ver la genial Cantando bajo la lluvia.
Pero me he apartado del apogeo y caída de John Gilbert. En
la cima de su carrera era el principal valor de los estudios y su glamour se
acrecentaba aún más por el hecho de ser el partener de una de las más legendarias
estrellas del firmamento hollywoodiense. Me refiero a Greta Garbo, quien
sí estuvo en condiciones de realizar con éxito el salto al sonoro aunque que también acabó apartándose pronto de los platós,
cuando la edad empezó a pasarle factura. El mundo del cine,
salvo nadadores excepcionales que consiguen sobrevivir en sus procelosas
aguas, como los veteranos Robert de Niro o Meryl Streep, es absolutamente depredador, con
actores de usar y tirar según las modas, y esa crítica se ve muy
bien reflejada en The Artist, con la caída del George Valentin ( el nombre es,
igualmente, un guiño travieso a otra estrella del cine mudo, el mítico latin lover Rodolfo Valentino) y
el correlativo ascenso meteórico de
Peppy Miller.
Un gran mérito de la película es recordarnos lo difícil que
resulta narrar un argumento solo con la gesticulación y el movimiento corporal.
Otro gran acierto es el aluvión de citas
y homenajes a la edad de oro del cine, como al divertido trío del Hombre Delgado, el famoso
detective de Dashiell Hammet, que interpretaba Dick Powell junto con Mirna Loy
y un perrito igual al que acompaña, con tanto talento canino, a George y Peppy. Por cierto, que el famoso can ha pasado a mejor vida recientemente.
Con el éxito inesperado de esta película solo cabe desear que las jóvenes generaciones,
después de atreverse a saltar al mismo
tiempo a la piscina del cine mudo y del blanco y negro, se animen a probar
las maravillosas delicatessen fílmicas del cine clásico, con extraordinarias
interpretaciones e historias irrepetibles. Un menú de imprescindibles, dentro del cine
mudo expresionista alemán, comprendería al menos El gabinete del Doctor Caligari, Nosferatu, Doctor Mabuse y Metrópolis de Fritz Lang. Y no hay que dejar pasar la ocasión de asistir a una proyección de cine mudo con música
en directo, para revivir la experiencia de los cinematógrafos de la época, y que con tan gran estilo homenajea Francis Ford Coppola en Drácula de Bram Stoker.
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