Una joven es y será siempre el único
objeto digno de adoración de la naturaleza y de la existencia entera.
SÖREN KIERKEGAARD
1
Ni frío
ni caliente, turbio. Turbado. Pues que desconocemos si, en verdad, somos yo
o, acaso, somos otro. Ambos, seguramente todos. Sí, las palabras son
cosas muy terribles, artefactos que siempre nos rebasan, tentándonos. Dicen,
desdicen. Ocultan, muestran: tejen, destejen. Esta es su perversidad.
No
acertamos saber en dónde sernos, y me quedo -te quedas- a medio camino de
existir. Nos urge librarnos de todo cuanto, aparentemente, no nos
pertenece. Y así, ligeros, fundirnos (confundirnos)
en lo otro, y perdernos en ello.
2
En un
principio a Jerôme para nada le interesa Claire. Ni tan siquiera reparó en la
muchacha cuando le fue presentada por vez primera. ¿No estaba, acaso, prometido
a otra mujer? Y, más tarde, incomprensiblemente, comienza a sentirse azorado en
su cercanía. Es curioso, ella, Claire, casi una niña, le intimida. En su
secreto ella le amenaza.
El deseo se asoma por la
ventana de un gesto; en la esquina más estrafalaria del cuerpo: la rodilla. Es
un omphalos, el axis que ordena la topología de la carne. De carne que
es sólo piel, disfraz de la apariencia. Lo que bajo ella se esconde aterroriza
porque se nos revela como absurdo desorden. La rodilla de la joven será para
Jéromê la matriz desde donde se conforma el cuerpo todo. Claire parece emerger
desde ese misterioso hontanar que en la rodilla se concreta. "Es el polo
magnético de mi deseo -dice él- el punto preciso donde, si pudiera seguir
exclusivamente ese deseo, colocaría de entrada mi mano". La articulación
le confiere significado al cuerpo, le hace gravitar hacia sí. Y en esa fuerza
centrípeta parece absorberse el universo entero. Un universo, claro está, que
coincide en todo con la conciencia de Jéromê. En territorios como estos gustan
los dioses combatir a los mortales.
3
"Provoca en mí un deseo nítido, sin objetivos precisos, y tanto
más fuerte en la medida en que carece de objetivos, es un deseo puro, un deseo
de nada". Un deseo de nada, un deseo sin márgenes en donde caben todos los
deseos. "En el fondo de la seducción -sentencia Baudrillard- está la
atracción por el vacío". La avarienta nada que todo lo ambiciona, y que
nos arrebata en el vértigo de sus alas. Y sabemos que sí, que inevitablemente,
habrá de devorarnos. El temor nos obliga a mantenernos en el pasmo y no
traspasar su círculo de fuego. Tremor numinoso. No nos hallamos seguros
dentro de los límites que impone nuestra piel. Otra piel más intensa, desde
lejos, nos reclama. Jéromê está "al borde de un precipicio, a sólo un paso
del vacío".
Jéróme se siente poseído de nada, su conciencia se encuentra
pregnada en unos centímetros cuadrados de la piel de una muchacha. La nada es
más onerosa que el ser, como la noche lo es más que la luz. En su sombra
engulle los seres que, adérmicos, se extravían en una masa informe.
El seducido es un poseso. Otro es en él. El oscuro ángel de
la nada ha edificado su templo en su seno. Ay, seria tan fácil adelantar la
mano hasta la rodilla para abrasarse en ella. Pero Jéromê parece un tullido. Y
lo curioso es que se cree con cierto derecho sobre Claire. Algo es mío, sin
más, porque lo apetezco, porque me solicita. De modo parecido suelen conducirse
los niños al encapricharse por un juguete ajeno. Así es como también David se
adueñó de Betsabé, la que fuera esposa de Urias. Es cuestión de deseo y de
fuerza.
Lo seducido es propiedad, y, al tiempo, propietario de aquello que
le reclama. Lo seductor se yergue, mayestático, como un ídolo imponente que no
podemos dejar de venerar. Por eso es que nos volvemos celosos. Se nos hace
inadmisible que pueda ser violado, profanado, ni tan siquiera por nosotros
mismos. Su vehemencia es contradictoria: procuramos vaciarnos -acabarnos en
ello- y colmarlo de nosotros mismos. Sobre el ánimo de Jéromê pesa un enigma.
La rodilla de Claire posee la mirada inapelable de Gorgona o el sexo de Baubo.
6
Claire
es inocente. Es el espejo donde Jéromê se ve reflejado. Claire es
muy distinta, pongamos por caso, de Lolita. Las nínfulas conocen de
sobra la comezón que en los demás provocan. ¿Por qué una rodilla y no unos
labios, unos muslos o unos ojos? Lo estrafalario acrecienta la paradoja. ¡Tocar
la rodilla...! Parece como si un ser diferente (¿la misma rodilla?) le mueve a
actuar. Pero él sabe que acabará por dar el paso que le conducirá al fondo del
abismo. Las Erinias de la cobardía le reservarían un destino aún más
deleznable.
Guilles, el
novio de Claire, coloca su mano sobre la misteriosa rodilla, y nada ocurre.
7
De sobra
conocemos cómo a Jéromê le inquieta ese contacto y, cuando al fin se decide
–como con el beso de la princesita- el hechizo se desvanece. Sólo que aquí el
príncipe se convierte en sapo. Claire,
desconcertada, se deshace en lágrimas.
Jéromê
se ha atrevido a franquear el umbral. ¿De dónde le ha brotado esa fuerza? ¿Tal
vez de la propia rodilla? Él no acierta a comprender el oculto venero de donde
ha brotado esa voluntad que le parece ajena. Como un haz de luz se dispersa al
traspasar un prisma de cristal, jamás atisbará de qué forma se ha producido tal
fenómeno. Se siente atravesado. Eso es todo.
Jéromê,
extrañado, afirma que es “la única vez que ha realizado un acto de pura
voluntad”.
*Le genou de Claire. Eric Rohmer, 1970
Miguel Florián
Un ejercicio muy interesante de reconstrucción, del interés por el detalle y a partir de ahí construir un discurso sin ampulosidades, sino con apuntes para que el lector sea el protagonista del significado. Me gusta
ResponderEliminarEl comentarista podría poner en su tarjeta de visita o en su perfil en redes: Miguel Florián, cuerpólogo.
ResponderEliminarFelicidades por la entrada, despierta las ganas de ver la película.
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